La mujer en el vagón duerme.
El hombre la contempla.
Aire y sangre fluyen
a inspirado y expirado ritmo.
El mundo se hace cadencia de trenes
-las olas vagan como sueños al nacer-
Ni el aliento en la ventana podría empañar
su perfecta unión con el mundo,
animal respirante,
el reflejo de labios entreabiertos
respira un aire aún más puro.
La mujer abre los ojos
húmedos.
Seca las comisuras de sus labios.
Baja del tren.
Mientras se aleja
el hombre anhela
que una mañana
entre sueños ella vea
siquiera transparente
innombrable siquiera
mi rostro.